2010-06-08 -
La evasión literaria Primer Premio - Alexis Oliva - Periodista free lance. |
Benito Riesco es uno de los presos que intentó evadirse en un camión durante el motín del penal de barrio San Martín, en febrero de 2005. Fue golpeado y torturado como represalia y a su condena de dieciocho años de prisión por un homicidio se sumaron otros siete por la tentativa de fuga. En 2008, fue trasladado al Establecimiento Penitenciario N° 2 de Cruz del Eje, que lleva el nombre del rehén que murió en la cabina del camión: “Adjutor Andrés Abregú”. En esa prisión de “máxima seguridad”, Riesco resiste el encierro, el estigma del motín y la lejanía de su familia, gracias a la escultura y la escritura. Ya ha publicado, junto a su mujer, el libro “Del otro lado del espejo” y tiene listas otras dos obras. Su historia es un testimonio de la irracional política penal vigente y el poder liberador del arte y la educación.
(24 de mayo de 2009. 9,30 de la mañana)
Pasan dos avionetas a baja altura. El se para, corre hacia al patio, se hace visera con la mano para mirarlas y grita: “¡Señores pasajeros, a su derecha la cárcel modelo de máxima seguridad de la ciudad de Cruz del Eje!”. Y se ríe.
Benito Riesco se ríe bastante y en forma sorpresiva. Son curiosas y dispares las cosas que le causan gracia: la duda del visitante sobre abrir o no un paquete de biscochos 9 de Oro, el recuerdo del efecto paralizante de un “tratamiento” con pastillas, la hijita de otro interno que patea con pericia una pelota de fútbol...
Pero el sonido de su risa es discreto y no desentona con su personalidad, austera y sobria. Simplemente, resulta curiosa esa facilidad para reír, después de todo lo que ha vivido y lo que le queda por vivir.
Lo que ha vivido es una infancia de pobreza y calle; el haber matado a una persona defendiendo su vida; una condena a dieciocho años de prisión -los mismos que llevaba vividos cuando cometió el homicidio en el año 2000-; el infierno de una revuelta carcelaria que dejó ocho muertos; un desesperado intento de fuga bajo una lluvia de balas; el castigo y el doble estigma de preso y amotinado; la apuesta por un amor del que lo separan rejas, muros y kilómetros, y el desafío de estudiar y crear en un contexto de encierro.
Lo que le queda es resistir los catorce años que lo separan de su libertad, para intentar reconstruir su vida cuando salga en 2024, con cuarenta y dos años de edad.
-¿Por qué escribís?
-Escribo porque quiero dialogar con mi mujer y no puedo, porque estamos lejos. Mi mujer era mi profesora de literatura y empecé a escribir porque quería conquistarla.
-¿De qué habla tu escritura?
-Para escribir, necesito estar tranquilo y pensar con claridad. Si estás mal, te vas de mambo, lo dejás traslucir y una persona inocente se contamina de lo que pensás. Lo que escribo es para que lo lea mi mujer. Ella es mi musa. Y todo lo que genere reflexión me motiva a escribir.
-¿Cómo fue la muerte por la que fuiste condenado?
-Había un pendejo en pedo y un grandote le pegaba. “Qué te pasa, abuso, es un pendejo”, le dije. “Qué saltás vos”, me dijo él, y se fue. Me quería ir, pero mi hermano me hizo quedar para tomar una cerveza con unas minitas. Al rato volvió el otro con varios más. Me dieron una sevillana. Me quise meter a una casa, pero me voltearon y me pateaban en el suelo. Salí corriendo y me pegaron una pedrada en la nuca. Yo estaba desesperado, le di una puñalada a uno y herí a otro. Me escapé y después supe que uno murió. Me habían visto y hubo marchas, hasta que me agarraron. Me condenaron por homicidio y encima robo, porque a uno le faltaba una zapatilla. Fue a dos cuadras de mi casa, en Ameghino Sur. ¿Podés creer? (1)
Con voz clara y ritmo pausado, Riesco lee: “Con el tiempo se rompen, oxidados, carcomidos, los hierros, las cadenas y los fusiles. También se rompe el destino de las metalúrgicas, de los ferrocarriles, de los viejos coches. El metal no dura para siempre. Todo lo que se haga con él no durará eternamente. ¿Se romperán los candados del tiempo? (…) El dos mil nueve correrá como un torrente de agua y nostalgia sobre el arco de mi espalda y veré hacia atrás los instantes abiertos al infinito, como sombra y silencio diluyéndose en el tiempo”.
Son algunos de los párrafos que alimentarán la parte final de una trilogía titulada “Del otro lado del espejo” (iniciada en 2007 con “Desde Bower al motín”, luego “Del motín a la utopía” y por último “Aislados”), escrita en coautoría con Liliana Quinteros Contursi e impresa por Narvaja Editores. Liliana era profesora de un taller de arte y literatura en el penal de Bower. Riesco era uno de sus alumnos.
“Una frase de Pablo Freire dice: ‘Conozco al hombre por el niño que fue’. En Benito yo vi al niño de la calle, que creció comiendo en los basurales -recuerda Liliana-. El me contó que entraba a los bares y comía los restos que quedaban en las mesas, y dormía en el zoológico. Creo que todo es un círculo y de la pobreza vienen la violencia, el alcohol y el abandono”.
-¿Cómo se conocieron?
-Conocí a Benito en el MD1 de Bower, fui su profesora y me asombró su talento, tanto para escribir como para crear y modelar. Su esencia es la de un escultor. Dale cualquier material y él le va a dar forma. Durante un año, fue un alumno como todos. Luego nos enamoramos. Y no fue una pavada, porque hace ocho años que estamos juntos y pasamos por cosas tremendas.
-¿Qué pasó entonces?
-Cuando él pasa a San Martín y lo voy a visitar como su mujer, una mujer policía me reconoce, me denuncia a Bower y me echan. El Sistema Penitenciario discrimina a una mujer -“excelente profesora”, según ellos- porque ama a un preso. A Bower, yo entraba por la puerta principal; y a San Martín, no. Ahí conocí las requisas, las celdas, la falta de higiene, los códigos... No se compara esa vida con la de afuera. Por eso, nunca juzgo lo que pasa adentro. Es otro mundo.
Del calabozo al oratorio (29 de mayo de 2009. 8,45 de la mañana)
Benito Riesco ha sido sancionado y está en el calabozo. De todos modos, autorizan la visita. Pero no será en el salón habitual, sino en un oratorio, en el edificio de Servicios Sociales. Hay que pasar el streep tease y la requisa de rigor, para luego recorrer pasillos y oír el ruido de puertas metálicas que se abren adelante y cierran detrás, hasta una bifurcación donde hay dos carteles: a la derecha, “visita privada”; a la izquierda, “oratorio”. Menos mal que la indicación es lingüística y no iconográfica, porque el contraste sería más brutal.
El oratorio es deprimente. El kitsch católico asalta desde los murales, descascarados por la humedad, donde un Cristo parecido a Bin Laden mira con cara de pocos amigos. La selección de citas bíblicas es elocuente: “Estuve preso y viniste a verme. San Mateo, 25, 36”. “Alégrense conmigo, porque ya encontré la oveja que se me había perdido. San Lucas, 15, 6”. “Y Jesús dijo: Aquel que no tenga pecado, que arroje la primera piedra. San Juan, 8, 7”.
-Fui en cana por protestar, porque me robaron la plata en una requisa -explica Riesco-.
-¿No escribís sobre lo que te pasa acá?
-No. Si todo esto me sirviera para inspirarme… Pero sería una agonía ponerse a leer todas esas pelotudeces. Debería hacer otras cosas antes de escribir. Para qué voy a escribir sobre algo que ya todo el mundo sabe y lo acepta. La gente está de acuerdo con lo que ocurre acá.
Pasan guardias, varones y mujeres, y miran hacia el interior del locutorio.
-Che, deben pensar que soy un cura…
-Mejor que piensen que sos cura. Este Jesucristo tiene una cara de malo... ¿Habrá sido así?
-Y... por algo lo crucificaron. No ha de haber sido tan manso...
-¡Ja! Pero el chabón se la aguantó. Pobre Cristo -dice con seriedad-, pensar que hoy es un paradigma de la humanidad. Pero esa mirada no me gusta, está llena de rencor. Aquel parece quebrado. Y este otro más light, más divino. Dicen que Cristo daba la vida por sus discípulos.
-Así es.
-Bien ahí, Cristo.
Sol local, cárcel global (27 de junio de 2009. 8,20 de la mañana)
-¿Cómo andás, Analía?
-Acá andamos... Como vos o como yo... como cualquiera de las que estamos en esto.
El breve diálogo refleja el ánimo con que los familiares ingresan a visitar a los presos. Luego de la recepción y la requisa e inmediatamente después del primer abrazo, hay un momento de tensión, dolor contenido y silencio. Pero pasado un rato, visitantes y visitados se comienzan a abstraer del entorno y poco a poco logran construir una conversación como si estuvieran en casa, o como si esperaran que esté listo el asado a la orilla de un río.
A pesar del frío, hay un sol que invita a pasear por el patio. Una pareja se besa contra el alambrado. Desde un grabador, se oyen Los Redonditos de Ricota: “Ladrón de mi cerebro”. “Acá hay unos cuantos ricoteros”, acota Riesco. Después lee una especie de haiku japonés: “Yo vi una vez una serpiente... / Se perdió rápidamente entre la hierba; / más bien, la perdí yo”.
Y otro: “Me gusta mirar hacia el sol, / y quedar por un instante / sumergido en esa espera... / Luego volteo y camino / por el pasillo oscuro, / sin reconocerlo...”.
-¿Viste? Al encandilarte quedás ciego por unos segundos -explica. Y se ríe…-.
El abogado de derechos humanos Ramiro Fresneda es el actual representante legal de Riesco, quien hasta su traslado a Cruz del Eje había sido defendido por asesores letrados del Estado. Fresneda refiere una anécdota de la primera entrevista, relacionada con el sol cruzdelejeño: “Me sorprendió que Benito consideraba una victoria que lo hubieran puesto en una celda desde la que veía la puesta del sol. Y viendo ese sol y la aureola que suele tener en zonas cálidas, él imaginaba ese lugar desconocido, desde de la libertad de su mundo interior”.
Eso lo llevó a aceptar acompañarlo en la ejecución de su pena, “además de lo jurídico, como una contención”, porque “en una cárcel de alta seguridad el preso está agobiado por el control. Los guardias te dicen que las autoridades no quieren que los árboles crezcan mucho, porque ‘crecen para cualquier lado y no se los puede manejar’”. “Adentro hay alambre electrificado, hierro y cemento, y afuera desierto -describe Fresneda-. Es un no lugar, al que entrás y podrías estar en cualquier lugar del mundo: Estados Unidos, Bagdad o Guantánamo”.
Pedagogía policial (21 de julio de 2009. 8,30 de la mañana)
Hace frío, pero Riesco propone mantener la rutina del mate en la galería. Mientras habla de un posible traslado a Bower, donde podría estudiar una carrera universitaria, se oye una grabación de Aurora: “Alta en el cielo...”. “Se creen que están en una escuela”, ironiza.
-¿Cómo fue tu historia escolar?
-Me iba a la calle de muy chico y dejaba la escuela. Repetí segundo y cuarto grado y no fui más. Me anoté a los quince años en un nocturno de un año, pero fui como tres años y me dieron el certificado para que no vaya más. Ya en la cárcel, hice el secundario, promoción 2006.
-¿También hiciste en el penal de San Martín un taller de filosofía con Magdalena Brocca y Alejo González? (2)
-No… ¡Con Alejo Paredes hice un taller de filosofía en San Martín!
-¡Ja! ¿El jefe de policía?
-Ah… sí. ¿Por qué se me habrá quedado grabado ese nombre? -añade con picardía-.
(En febrero de 2005, al momento del motín, Paredes era jefe del Eter, fuerza de elite de la policía que actuó en la recuperación del penal. En agosto, fue ascendido, por decreto del gobernador José Manuel de la Sota, de comisario inspector a mayor, junto a otros 36 policías y 35 agentes penitenciarios, por “mérito extraordinario fundado en acto destacado de servicio”).
La herida abierta (10 de febrero de 2005)
La cruenta rebelión del penal de Barrio San Martín es un punto de inflexión en la vida de Benito Riesco. Aquel 10 de febrero de 2005, todo comenzó con un conflicto durante el horario de visitas, alrededor de las 16 horas, que derivó en una pelea aprovechada por algunos presos para despojar de sus armas a los guardias y adueñarse de gran parte del penal, habitado por mil ochocientas personas y custodiado por poco más de cincuenta.
Armados con fusiles, ametralladoras y pistolas sacadas de la sala de armas, tomaron numerosos rehenes (entre ellos, el director y el vice) y ganaron el techo de la cárcel, desde donde amenazaban con arrojar a sus cautivos.
En medio de la confusión, cerca de las 20 horas, veintinueve presos intentaron fugarse en un camión del Servicio Penitenciario. Embistieron el portón que da a la calle Paso de Uspallata, llevando en la cabina a un oficial penitenciario como escudo humano y con el apoyo de otros amotinados que disparaban desde el techo.
La lluvia de balas con que fueron reprimidos segó la vida del guardia Andrés Abregú y los internos Cristian Alberto Rogido, Víctor Alejandro Bazán, Daniel Roberto Alvarez y Walter Ramón Romero. A la lista de ocho víctimas fatales se sumarían el policía Roberto Cogote, el empleado penitenciario Pablo Ferreira y el preso Juan Gabriel Rivarola.
El gobernador De la Sota dijo entonces que los condenados a cadena perpetua sólo podían salir del penal “con los pies para adelante, cuando Dios se los lleve de este mundo” y ordenó evitar “de cualquier modo” la fuga, para luego afirmar que los derechos humanos eran “sólo para la gente honesta”. (3)
“La única garantía que yo tenía de que no nos iban a tirar, eran los medios de comunicación. Pero fue una balacera tremenda. Yo sólo puse en peligro mi vida, no la vida de terceros. A nadie le dije que se suba al camión. Si es por querer irme, sí, todos los días tengo ganas de irme”, confiesa Riesco.
En el juicio llamado “Motín II”, Riesco fue condenado junto a otros veintiún reclusos, el 5 de diciembre de 2007, a otros siete años de prisión, por tentativa de robo calificado y de evasión, lo que en su caso conformó una pena unificada de diecinueve años. (4)
Durante ese proceso, varios internos atestiguaron el salvaje castigo sufrido luego de que los bajaran del camión y los llevaran en móviles del Eter y el CAP a la ex cárcel de Encausados (incluso un preso declaró haber sido víctima de violación).
Pero mucho antes, el 18 de abril de 2005 -apenas se rompió el aislamiento de los castigados-, el director de Derechos Humanos de la Municipalidad de Córdoba, Luis Miguel Baronetto, había denunciado, basándose en los relatos manuscritos de los presos y de Celia Barrera -madre de Riesco- y Liliana Quinteros -su mujer-, las torturas, golpizas y vejámenes a que fueron sometidos los que intentaron evadirse.
En los testimonios puede leerse que al llegar a la ex Encausados los hicieron desnudar y tirarse al piso, les arrojaron lavandina, creolina y orín, les rociaron los ojos con aerosol para que no vieran a sus agresores, los golpearon con bastones y les caminaron por encima de sus cuerpos, mientras los obligaban a gritar: “Viva la policía”. En dos relatos, figura que un preso fue obligado a punta de pistola a practicarle sexo oral a un policía. Siete de los nueve escritos están firmados y varios mencionan el temor a posibles represalias. (5)
En el último movimiento que registra esta causa, el fiscal Eugenio Pérez Moreno solicitó en octubre de 2009 la elevación a juicio del comisario Fernando Gregorio Gil, el oficial principal Juan Alberto Mamani y la oficial subinspectora Miriam Adriana Guevara, acusados de “severidades agravadas”.
“Severidades… una curiosa figura para describir lo que pasó -dice Baronetto-. Pero lógicamente, la ferocidad de las torturas se explica por ese paraguas conceptual de De la Sota: ‘Los derechos humanos son para los decentes’. Las fuerzas de represión contaron con ese aval explícito para la respuesta sobredimensionada que tuvieron los hechos, porque no hacía falta una represión de esa envergadura y menos con los supuestos fugados ya detenidos”.
En “Del otro lado del espejo”, hay un pasaje donde aflora la memoria del motín: “El pasillo acechando, el aire falta, leve, los corazones estériles, oportunistas, ansiosos, van pariendo crueldad, envidia, venganza. El pabellón se hostiliza y la cárcel devora los últimos vestigios de compasión y verdad. El alma se suicida y crece la anarquía. El delito convoca, las miradas sangran, despiadadas”.
El costoso abrazo navideño (25 de diciembre de 2009)
Navidad en la cárcel de Cruz del Eje. El clima está piadosamente fresco y la Cuenca del Sol presenta un cielo que promete lluvia.
En los largos corredores alambrados, los familiares que entran con bolsas de arpillera se cruzan con los guardias que salen con bolsas de papel madera de las que asoman picos de botellas de sidra. Antes de ingresar a los salones de visita, el Servicio Penitenciario regala un juguete y toma una foto a los “menores” acompañados por sus madres.
En el salón y la galería están los que vienen siempre, madres, padres, esposas, novias y hermanos incondicionales que para viajar desde Córdoba a visitarlos debieron despertarse a mitad de la noche y gastarán alrededor de 150 pesos por persona. Algunos niños desafían la llovizna y pelotean en el patio.
Benito Riesco busca entre sus papeles y encuentra algo apropiado para la fecha: “Los niños son como el sol: cuando llega la noche nadie los ve. A excepción de aquellos que viven en las calles, esos son estrellas”.
Cinco años después (21 de febrero de 2010. 9,14 de la mañana)
Una mujer se instala con su hijo en una mesa y saca de la bolsa una coca cola de dos litros, sándwiches y un rosario de madera. El chico, de unos 20 años, arregla un reloj pulsera con paciencia y minuciosidad de profesional, quizás como una forma de apropiarse del tiempo.
En la cárcel, el tiempo es obsesión de la mente y tabú del discurso. Pero Riesco lee: “La edad del tiempo, la consagración del mañana, el reloj, la birome, los muros del silencio… Hoy, el papel limpio, la vigilia de los muertos, la totalidad lamiendo mi carne seca. El vaso lleno de agua, el cigarro, la oscuridad… Y vos detrás de la violencia, detrás de lo apacible, detrás del amor, detrás del tiempo…”.
Levanta la vista y señala una juanita que se desliza rauda entre el piso y la pared. “Son presas también. Hasta en la última cárcel del mundo hay juanitas”, dice con aire de veterano. Y lo es. Tiene sólo veintiocho años, pero ha pasado ya nueve en la cárcel. Nunca le hicieron un comentario sobre su escritura, ni en el Servicio Penitenciario, ni los jueces del motín.
-¿No te llama la atención?
-No. De hecho, vos sos periodista y sabés que la escritura no está bien vista. No me van a estimular a escribir. Para nada. Pero lo hacen sin querer.
El que sí lo alienta, publicando sus textos en su revista o sacándolo al aire en su programa de radio “El club de la pluma” -en FM 103.1 Radio Carlos Paz-, es el periodista Norberto Ganci: “Benito comenzó a participar llamando, cuando contaba con dinero y turno para el teléfono. Apenas se comunicaba, salía al aire. Era nuestra forma de prestarle simbólicas alas de libertad. Casi sin darse cuenta, él ha aceptado un desafío: a pesar de los muros, andar por la vida dando su esencia. La sociedad hipócrita se cree con autoridad para juzgar a los demás, sin importar su historia. Y Benito representa un cachetazo a esa hipocresía”.
Un hombre se acerca, estrecha con calidez la mano de Riesco y le cuenta que está preocupado, porque su hijo “es pendejo y le gustan todas”. “Te lo encargo”, le dice.
-Te tratan como a un veterano…
-Sí… Pero no me hace mucha gracia.
Hay un silencio largo e incómodo, que rompe para recordar que en la sala de guardia hay una lista, donde figuran los “implicados en el motín de barrio San Martín”. “Cuando hay murmullos de que puede pasar algo, ahí nomás te separan”, cuenta.
-Hace unos días se cumplieron cinco años del motín. ¿Te acordaste?
-Sí, tampoco pienso en eso. Puede pasar diez veces más y yo voy a seguir haciendo años acá.
Otro silencio que dura hasta que saca un cuaderno con su último libro -“Aislados”- ya editado y corregido por su mujer, que se lo ha enviado para que él le dé el visto bueno final.
En las primeras páginas, hay dedicatorias explícitas: “Dedico este libro a las familias de los guardias, del policía y de los presos muertos. Quien manda a hacer un genocidio, aunque la matanza no se complete, sigue siendo un genocida… Uno de esos fascistas amargos y temerosos que a la primera oportunidad de descargar su odio, no vacilan. De la Sota no dudó. (…) Dedico este libro a aquellos que subidos al camión de la tragedia se encontraron con la muerte, especialmente al que lo manejaba a través de la furia de las balas y murió intentando liberarnos. Lo dedico a los guardias y al funcionario público muertos en esta tragedia que nunca dejará de ser una herida abierta en mi vida y en Córdoba”.
Y más adelante, en una evocación del penal de San Martín, hay homenajes implícitos: “Las celdas de aislamiento, los pabellones más severos, serán siempre los mismos, donde aún perdura el espectro, el dolor de los prisioneros políticos. (…) Las paredes tienen manchas, escrituras, fechas, recortes, humedad, deseos… La celda tiene historia. Aquí han amado y padecido el dolor más intenso. Desde este sitio escribo y me alejo, escribo y te busco, arrojándome al abismo de las palabras”.
Epílogo provisorio (y promisorio) (22 de mayo de 2010)
Benito Riesco ha regresado a la misma cárcel y pabellón donde vivía cuando todo estalló. De la aséptica prisión cruzdelejeña de cemento y metal, ha vuelto a los vetustos ladrillos del penal de San Martín.
En vísperas del Bicentenario de Mayo de 1810, la prisión del siglo XIX aparece circundada por una veintena de impecables banderas celestes y blancas, mientras en el techo que aquel fatídico día mostraba a presos enfurecidos y rehenes aterrorizados, hoy crece una anárquica población de ese yuyo libertario que se llama palán palán.
El abogado Fresneda está satisfecho por el traslado. Uno de sus fundamentos “es el desarraigo: el preso tiene derecho a estar cerca de sus seres queridos, que son los que lo pueden ayudar, porque como funciona el sistema carcelario hay un abismo entre la ley y la práctica, cercana al castigo y el aislamiento”. Además, destaca que “en la cárcel de Cruz del Eje las alternativas para estudiar son muy limitadas en cuanto al nivel terciario o universitario. El quiere hacer una carrera humanística y se vulnera su derecho humano a la educación”.
Hoy, Riesco se niega a hablar del futuro mediato y la vida exterior. Su expectativa está enfocada en una meta que parece conformista: “Estar varios años tranquilo acá en esta celda y organizar mi vida”. Y explica por qué no es poca cosa: “Acá no te sentís tan aprisionado por una fuerza superior. En Cruz del Eje y Bower hay mucha presencia policial y sentís una voluntad invulnerable en contra tuyo. Te rotan todo el tiempo y ponés tu personalidad a resguardo, porque te cruzan con gente que no conocés. Y perdés voluntad y constancia”.
“El futuro vendrá solo -concluye-. Lo único que extraño de la calle es lo que uno quiere. Hay gente, qué se yo, poetas como Pablo Neruda, que se enamoran de los lugares. Yo nunca me enamoré de un lugar. No es esa mi condición”.
Se entiende, porque la calle ha signado la vida de Benito Riesco. En la calle sobrevivía cuando era niño; en la calle mató para que no lo maten; a la calle intentó llegar bajo una balacera durante el motín. Hoy, la calle es un sueño negado que espera mientras mata el tiempo modelando palabras y figuras de arcilla. Hoy, aquel niño que dormía en el zoológico es un joven que sobrevive en un zoológico humano, mientras se empeña en ser el hombre que un día vuelva a poner los pies en la calle y la mirada en un horizonte de esperanza.
Notas:
(1) El relato coincide con lo que figura en los fundamentos de la sentencia N° 38, por la cual la Cámara Cuarta del Crimen condenó del 25 de octubre de 2001 a Benito Riesco a la pena de dieciocho años de prisión por los delitos de homicidio simple, tentativa de homicidio simple, lesiones leves y robo calificado en concurso real.
(2) En el libro “Marcas en el tiempo – La filosofía como ejercicio de la autonomía”, editado por Magdalena Brocca y Alejo González (Narvaja Editor, agosto de 2007), se publican los trabajos producidos en el taller realizado en 2005 en el penal de San Martín, entre los que figuran varios textos de Benito Riesco.
(3) Declaraciones de José Manuel de la Sota a radio Cadena 3, el 12 de febrero de 2005.
(4) La Cámara en lo Criminal de Séptima Nominación, integrada por Víctor Vélez, Carlos Ruiz y Alberto Crucella, atribuyó a Víctor Javier Luna -único sobreviviente de los cinco que iban en la cabina con el rehén Andrés Abregú- la privación ilegítima de la libertad agravada por la muerte de la víctima, cargo que se sumó a la tentativa de evasión y de robo calificado. Fue sentenciado a diecisiete años de prisión, unificándose en dieciocho con su condena anterior.
(5) La ficha 924 del archivo de la Dirección de Derechos Humanos de la Municipalidad de Córdoba incluye los testimonios manuscritos de los presos Diego Martín Vasualdo, Pablo Ledesma, Martín Claudio Márquez, Mauricio Caro, Benito Riesco, Claudio Luciano Cornejo, Daniel A. Tabares, H. H. C. y Catriel, un texto colectivo, la presentación de Celia Barrera y Liliana Quinteros, la denuncia de Luis Baronetto ante la Fiscalía y las notas enviadas a la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación, a la Defensoría del Pueblo de Córdoba y a los bloques de la Legislatura.
Fuente: www.prensared.com.ar
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