miércoles, 1 de agosto de 2012

Perros de la cárcel



(…)Y soñó con la justicia de los
héroes de historieta,
y se disfrazó de bueno

con un disfraz de villano,
y los malos de la historia
son los héroes cotidianos. 

 Juan Represión – Sui Géneris

En las últimas semanas circuló por las redes sociales un video que bien podría parecer la escena de una película argentina referida a las detenciones -con sus habituales tormentos psicofísicos- ocurridas en alguna dictadura. Con personajes tan siniestros y perversos que parecen de ficción o de una historia verídica y sombría, supuestamente dejada atrás. Pero el video no es una fábula ni una historia pasada; es la muestra real de torturas en manos de la fuerza policial salteña sucedidas hace unos meses en el patio de una comisaría de la localidad de General Güemes.

A las brutalidades filmadas por uno de los oficiales, cómplice de la agresión, se le suman una cadena de hechos de similar violencia, ocurridos en comisarías y cárceles que se hicieron visibles con el mismo método. Ejemplos de esto son los casos sucedidos en un penal de Mendoza en 2011 y en Paso de los Libres, Corrientes, donde 5 policías torturaron a  un joven discapacitado a fines del mismo año.

El delito se hizo público con su consecuente denuncia. Las primeras reacciones de algunos sectores de la sociedad son de asombro, horror y escándalo. Pero el olvido no tarda en llegar y ante la más mínima muestra de “inseguridad” ya no se actúa en consecuencia al horror provocado por la tortura. Aquellas reacciones se transforman en un exacerbado pedido de “mano dura”. Una doble moral que garantiza la permanencia de un Estado represivo: mientras puedan horrorizarse por sucesos aparentemente “lejanos” y no por la cercana brutalidad represiva de todos los días, esa maquinaria de poder continua legitimada.

La frialdad de los policías mostrándose  ante la cámara es un claro reflejo de la impunidad que les otorga el hecho de pertenecer a una institución represora del Estado. Tal impunidad es tan fuerte que las víctimas se muestran casi indiferentes ante la injusticia que se comete sobre ellos. Ambos conocen ésa impunidad, víctima y torturador, así como también conocen que no hay justicia para los pobres. Si resulta difícil para la víctima no considerarlo natural, mucho más difícil será para esa parte de la sociedad que fácilmente olvida.

La condición de abandono en que se encuentran los presidiarios es otro mecanismo de tortura tan naturalizado que ha dejado de considerarse como tal: ya no reside en una acción ejercida directamente sobre el sujeto, sino en la ausencia de acciones, como lo son la falta de atención médica y sanitaria. Todos los años centenares de presos mueren a causa de enfermedades evitables, contando sólo en la provincia de Buenos Aires. El 26 de julio, en la Unidad 47 de San Martín, una interna enferma de cáncer de útero murió a causa de la señalada desidia.  La lucha por los Derechos Humanos no parece encontrar asidero en el sistema penitenciario. La tortura y las malas condiciones tanto sanitarias como edilicias son una realidad hoy en día.

Las dictaduras cívico- militares sentaron precedentes en nuestro país para que los episodios hoy enunciados no se produzcan como meros hechos aislados en el actual Estado de derecho, sino, más bien, como una consecuencia. Por su parte, los gobiernos constitucionales posteriores aseguraron un perfecto funcionamiento del abuso de poder que caracteriza a la policía –heredera de la formación militar setentista-. Las golpizas en las detenciones, muchas veces ilegales; las persecuciones y secuestros de jóvenes en los barrios;el maltrato a los presidarios y el “submarino seco” son la prueba más evidente de un Estado convenientemente ausente que necesita mantener intacta la estructura de control social.

Si bien nos resulta contradictorio la publicación del video, por lo terrible de sus imágenes, también lo creemos necesario ya que da sustento a la denuncia contra los torturadores.




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