En lugar de pensar para estos "anormales" un proyecto de cura, se los encierra como peligrosos obligándolos a cumplir una pena. El delito: haber hecho estallar en esas supuestas insanías las perversiones de un sistema que trabaja para destruir cualquier posibilidad de miramiento humano; "vidas desnudas" al servicio de una guerra civil legalizada, donde el totalitarismo de las democracias se sirve de la ley para abandonar las vidas al poder mortífero del estado, donde la "enfermedad mental" y la pobreza se vuelven un resorte aprovechable para la perpetuación de exclusiones aberrantes.
Afuera, en el hospital Borda, también mueren otras personas. Mueren de pobres. De frío - hace más de dos meses que en el hospicio no hay gas-; de tristeza o atragantados con una miga de pan. Porque el negocio de Macri para privatizar la Salud Mental no ha dejado siquiera agua para "pasar" la pastilla. Otros ahogos, otras asfixias, la misma guerra.
Pareciera que cuando la maquinaria anestesiante del consumo se extingue, y la institución escuela se desfonda, y cuando el hospital no da abasto con tanta enfermedad organizada, ni los institutos de menores, ni la mendicidad ya. Cuando todas estas fabulaciones y otras de segregación, disciplinamiento y control social se agotan, entonces, el sistema, todavía tiene otras formas aberrantes de "hacer algo" con los pobres: enloquecerlos para encerrarlos, inyectarlos, maniatarlos, torturarlos o volverlos presos de una interna entre la medicina y el poder penitenciario, o entre el gobierno de la ciudad y el de Nación. En medio la invisibilización, el abandono, la muerte de seres humanos.
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